septiembre 19, 2015

NOSOTRAS Y LOS MIEDOS


Hace unos días, al entrar en el blog de Paula, me encontré con que empezaba su post de la siguiente manera: "Honestamente, fue imposible escribir una entrada decente ya que un niño de cinco años con fiebre y durmiendo en la cama de sus padres no es precisamente garantía de un descanso reparador. Sin contar con el hecho de que el colecho llega con intercambio de virus y esta madre desmesurada está sintiendo el sospechoso cansancio de la fiebre..."  

La coincidencia llegaría a asombrarme si no fuera apenas una perla más en un largo rosario de sincronicidades entre nuestras respectivas vidas que hemos descubierto a lo largo de los últimos meses; pero como a esta altura es prácticamente un hecho asumido por ambas partes, supongo no se ofenderá de que le haya "robado" su introducción para empezar estas reflexiones sabatinas (podría haberme esforzado por decir lo mismo con diferentes palabras pero habría sonado a Salieri, así que preferí la cita literal que al menos da cuenta del copyright).

Es que este sábado me sorprende a mí también en cama, afiebrada y con una disfonía casi total, después de una semana completa de "colecho" y sueño intermitente que ha acabado con mis últimas reservas de energía. Y aunque para hoy había agendado un tema diferente, delicado y de particular sensibilidad, temo que no tengo las neuronas en condiciones para semejante despliegue; así que opté por dejarlo para el sábado próximo, y en cambio compartir contigo lo que llamaría "una de entrecasa" (te prevengo desde ya: se viene una entrada larga, así que si tienes tiempo y ganas, mejor te preparas un té o un café para acompañar la lectura).

Lo que yo creo

Todo comenzó el viernes pasado, cuando mi hijo amaneció con la garganta inflamada y un ligero cuadro febril. Como es un niño que casi nunca se enferma -en seis años no ha padecido más que tres o cuatro estados gripales leves- en principio no le di mayor importancia."Descansa y toma mucha agua", le indiqué; "los soldaditos blancos del cuerpo se encargarán de derrotar y echar fuera todas esas bacterias malvadas".

A esta altura debo abrir un gran paréntesis para contarte (sin ánimo de abrir un debate) que desconfío visceralmente del sistema médico institucionalizado. A lo largo de toda mi vida, y especialmente durante los años de ejercicio activo de la abogacía, tuve que lidiar más de una vez con la insensibilidad, la desidia y la falta de capacidad de médicos que calificaban la muerte de un paciente como un "riesgo calculado"; y aunque entonces no era capaz de formularlo abiertamente, sospechaba que desde la propia formación de los médicos hasta sus métodos de trabajo estaban peligrosamente influenciados por los intereses de las multinacionales farmacéuticas, a quienes no les importa en absoluto curar personas sino simplemente paliar síntomas y generar pánico colectivo con "nuevas" enfermedades, para que su negocio no deje de prosperar (si la idea te parece absurda, deberías leer lo que opina este premio Nobel de medicina, que algo debe entender más que yo del asunto...)

Tiempo después, cuando profundicé en la metafísica y las terapias energéticas, aprendí un concepto que en ese entonces era revolucionario y muy resistido, aunque hoy goza de mayor aceptación: lo que nos enferma el cuerpo son nuestras propias emociones negativas. Una pionera en el desarrollo de estas ideas, Louise Hay, expresaba ya en 1988: "Tanto el bien como el mal-estar en nuestras vidas son consecuencia de las pautas de pensamiento que forman nuestras experiencias. Todos tenemos muchas pautas mentales que nos producen experiencias buenas y positivas; a éstas las disfrutamos. Lo que aquí nos interesa son las pautas de pensamiento negativas que nos producen experiencias desagradables y nada gratificantes"

Más tarde me inicié en Reiki, y entonces descubrí con sorpresa que poseía una especie de don o habilidad especial para detectar las causas emocionales detrás los malestares físicos de mis pacientes (no estoy diciendo que todos los reikistas trabajen de la misma forma: creo que en realidad es una combinación del manejo de la energía universal con predisposiciones naturales del terapeuta, como la empatía). Lo cierto es que con frecuencia una persona venía a mi consultorio para tratar un dolor o afección determinada, y en el curso de la terapia descubríamos que estaba padeciendo una situación de crisis familiar, o se sentía presionada en su trabajo o no se había permitido hacer el duelo por la pérdida de un ser querido... 

Antes que pongas el grito en el cielo, te aclaro que los reikistas NO diagnosticamos, ni pretendemos sustituir en medida alguna los tratamientos médicos seguidos por pacientes con enfermedades crónicas. Sin embargo, estas comprobaciones reiteradas en el tiempo acerca del origen psicosomático de la mayoría de las enfermedades me llevaron a adoptar una filosofía muy personal en el tema de mi propia salud: mientras por un lado me dedicaba a fortalecer mi organismo con una dieta saludable, abundante en frutas, vegetales y fibras, y desintoxicarlo de todas las sustancias que pudieran atentar contra mi sistema inmunológico -como la cafeína, a la que supe ser adicta en los tiempos universitarios-, por otro lado empecé a observarme detenidamente para detectar los patrones mentales subyacentes cada vez que me enfermaba, y trabajar con afirmaciones, reiki, gemoterapia y preparados herbales caseros, en vez de correr a la sala de emergencias cada vez que algo "no andaba bien", como parece ser la costumbre de todo ser humano civilizado (al menos por estos lares).

Entiéndeme bien: tampoco es que sea una fundamentalista, ni que esté dispuesta a morirme de una peritonitis antes que buscar ayuda médica. De hecho, cuando hace meses desperté una madrugada con un lacerante dolor abdominal que literalmente me hacía arañar las paredes, supe de inmediato que terminaría en las manos de un cirujano (porque si bien intuía cuáles de mis pautas negativas habían generado el enorme quiste de ovario que provocaba aquel dolor, evidentemente no había hallado hasta entonces una forma eficaz de lidiar con ellas). Lo que quiero decir es que, en la vida cotidiana, tengo una concepción bastante naturista de la salud: confío intuitivamente en la maravillosa capacidad de autoregeneración del organismo humano, así como en la mayor efectividad de las terapias alternativas frente a medicamentos químicos que normalmente no curan, sino que tienden únicamente a enmascarar síntomas. Y los mismos criterios aplico cuando se trata de mi hijo, el cual -a diferencia de la mayoría de sus amiguitos-, jamás volvió a pisar un consultorio médico después del último control pediátrico, cuando cumplió el año de vida...

En las garras del miedo 

Volvamos pues a la anécdota: allí estaba el pobre ángel, con las amígdalas como granadas y una mirada lastimera de "no te alejes demasiado". El Padre -que comparte mi postura naturista, aunque por distintos fundamentos- tomó la decisión práctica: el niño se mudaría a la cama de papá y mamá mientras le durase el estado febril, a fin de poder atenderlo mejor. Pero en realidad fue esta Madre -que de mártir no tiene nada- la que durante tres noches consecutivas se despertó cada media hora para traer agua, llevar al baño, acomodar las frazadas, poner pañitos de agua helada o administrar el jarabe para la tos... Así llegamos al cuarto día (hasta ahora el período estadísticamente probado de remisión de cualquier gripe o similar en esta familia); pero el peque, lejos de evolucionar favorablemente, levantaba fiebres cada vez más altas, además de negarse sistemáticamente a ingerir cualquier clase de alimento que no fuera agua -por más que intenté con yogur, gelatina, galletitas integrales molidas, manzana rallada y cuanta cosa se me ocurrió-. Y ahí, lo confieso, mis convicciones empezaron a flaquear: ¿y si el niño tenía algo más delicado, y en mi necedad yo estaba agravando el cuadro en vez de ayudarlo?

Si eres mamá, seguro conoces de sobra esa vocecita malévola dentro de tu cabeza: es el miedo, ese viejo enemigo que tantas veces nos sorprende por la espalda en el momento más inesperado, y casi nunca para nuestro bien. Louise enseña que (junto al resentimiento, la culpa y la crítica) el miedo es precisamente una de las emociones tóxicas que se esconden detrás de muchas enfermedades físicas; y yo, demasiado exhausta para pensar con claridad, estaba a punto de librar -y perder- una nueva batalla frente a este sórdido adversario...

Miércoles, seis de la tarde. El niño tirado en la cama con más de 40ºC. Pálido, ojeroso y somnoliento. Entonces, la Hechicera dentro de mí decide tomar las riendas del asunto: pone música suave, va en busca de sus gemas curativas y durante la siguiente hora le da una prolongada sesión de Reiki, focalizándose específicamente en la cabeza y cuello. Los guías, siempre atentos, no tardan en hacerse presentes con su mensaje alentador: "No hay nada de qué preocuparse: es sólo una infección bacteriana en la garganta... Este niño ha sentido en algún momento una furia muy intensa y por alguna razón no pudo o no supo expresarla, así que el fuego se concentró allí". Recordé -siempre durante la sesión- que llevábamos varios días trabajando sobre la exteriorización de las emociones, y cómo canalizar la ira y la frustración de formas no peligrosas para sí mismo o el entorno (por ejemplo, encerrarse en su cuarto y darle puñetazos a la almohada); entonces comprendí que quizá había omitido un detalle no menor, como darle la posibilidad de GRITAR su rabia... 

Una de las virtudes mayores que tiene Reiki es que al canalizar la energía para dirigirla al paciente, la misma circula por todos los centros energéticos del terapeuta, brindándole también a éste una buena dosis de armonía, equilibrio, salud, vitalidad y vibraciones positivas; así que para cuando terminé, me hallaba totalmente recuperada del cansancio y más segura que nunca de lo que debía hacer. Minutos después, suena el teléfono: era la abuela, preocupada por el estado de "su bebé".

- Está mejorando, mamá; sólo hay que darle un poco más de tiempo.
- Pero, ¿todavía tiene fiebre alta?
- Eh... justo ahora le bajó un poco.
- ¿Y no te da miedo que lleve tantos días así?
(suspiro)
- No, mamá, no tengo miedo... después de todo, ¿a vos dónde te llevaron tus miedos? 

[Otro paréntesis: mi madre siempre fue de las que corren detrás de los médicos, aterradas ante la idea de que sus hijos se enfermen... y para "no defraudarla", antes de cumplir los once años y a pesar de las vacunas, vitaminas y complementos que recibía, yo ya había padecido todas las enfermedades infantiles conocidas: falso croup, sarampión, paperas, rubéola, varicela y hasta escarlatina ¡algunas de ellas incluso dos veces!]

- Bueno, pero vos te vas al otro extremo, te creés superpoderosa... y el que sufre es el niño.
- No te preocupes, para mañana seguro estará mejor. Te llamo, ¿ok?
- Pero, ¿no vas a darle antibióticos?
- No si puedo evitarlo; ya sabés que lo antibióticos hacen estragos en el sistema inmunológico, y de nada sirve que se cure rápido de ésta si en una semana está enfermo de nuevo...
- No seas loca y cuidame bien a mi chiquito (esto último dicho con voz temblorosa y el debido énfasis melodramático como para conmover a un muerto).
- Sí, mamá, quedate tranquila, lo estoy cuidando (hello, ¡soy la madre!)

Lo malo de ser empática, es que en situaciones de crisis una no siempre logra distinguir cuáles de los sentimientos que experimenta son propios, y cuáles son simplemente el reflejo de emociones ajenas. No tengo que decirte que buena parte de mi convicción se escurrió como agua tras la llamada; pero si todavía me quedaba un resto de autoconfianza, terminó de quebrarse dos horas después, cuando comprobé que la fiebre del niño había vuelto a subir a más de 40...

- Ya está: dejate de supercherías y vamos a llevarlo al médico.- sentenció el Padre, y pude percibir el miedo en su voz (¿era el suyo o el mío?)

Conclusión de la historia: a la una de la madrugada terminamos con el niño en Emergencias, sólo para escuchar, de voz de un pediatra abúlico y somnoliento: "Es sólo una faringitis bacteriana, madre... Vamos a mandarle un antibiótico y listo". Supongo que resultará superfluo aclarar que mucho ANTES de darle la primera dosis del antibiótico, la fiebre descendió "milagrosamente", y la criatura durmió como angelito toda la noche, mientras la Madre se desvelaba, presa de una furia incontrolable...

Una más, y van...

Es que no es la primera vez que el miedo me gana la batalla. Cuando quedé embarazada -ya con cuarenta años-, muchos me dijeron que por ser "primigesta añosa" me exponía a un embarazo de riesgo, así como a sufrir diabetes, eclampsia y no sé cuantos fantasmas más. Sin embargo, la Hechicera interior aseguraba que todo estaría bien y que mi niño -porque supe que sería varón mucho antes de que las ecografías lo confirmaran- nacería fuerte, saludable y vigoroso; y efectivamente, tuve el embarazo más pleno y disfrutable que una mujer pudiera soñar, sin indisposiciones matinales, sin contratiempos de ningún tipo y trabajando activamente hasta las últimas semanas... Por eso, a medida que se acercaba la fecha del parto, una idea loca empezó a rondar en mi cerebro: la de que mi hijito naciera en casa, en un entorno cálido y amigable, alejado de la frialdad de los hospitales. Pero cuando planteé mi deseo al Padre y a la familia, me tiraron encima con todas sus variantes del miedo: ¿qué pasaría si había una complicación con la posición del bebé, el cordón o la placenta, o si el niño era demasiado grande como para nacer por parto natural? ¿Estaría yo dispuesta a asumir la culpa si algo salía mal y perdía a mi hijito? Resumiendo: después de hacer todo el trabajo de parto en casa -caminando y acuclillándome ante cada contracción- y ya con casi nueve centímetros de dilatación, mi compañero llamó un taxi y me llevó al hospital... sólo para que me ataran a una cama sin escuchar mis gritos, súplicas y maldiciones, ¡y terminaran practicándome una cesárea por descontrol materno! Esta experiencia fue una de las más traumáticas de toda mi vida, a tal punto que casi seis años y mucha autoterapia después, todavía no consigo superarla...

La Hechicera interior fue desde el principio mi sabia guía de maternidad: así fue como "supe" interiormente que era mejor no vacunar a mi niño, ni cortarle el pelo, ni mandarlo a la escuela (no estoy haciendo una apología de estos conceptos, que quede claro: si tu postura como mamá es diferente, la respeto ciento por ciento... esto es simplemente lo que a mí me parece mejor para mi hijo). Sin embargo, con el tema de las vacunas debí transar, al menos temporalmente: como -debido al trauma de la cesárea- no conseguí que me bajara leche suficiente para amamantarlo, me asaltó la sospecha de que el pequeño carecía de la "inmunización natural" que yo hubiera querido darle... así que durante los primeros meses, el miedo me llevó puntualmente de la mano al hospital para cada control pediátrico, y me hizo cumplir estrictamente con los calendarios de vacunación; y recién para cuando cumplió el año, me atreví a desafiarlo y comenzar a imponer mi criterio. Con el pelo pasó algo parecido: hasta los cuatro años, mi niño lució una abundante y preciosa melena, que era mi orgullo y la sorpresa de todos; pero entonces, empecé a notar que en algunos lugares donde íbamos, la gente se refería a él -sin mala intención, obviamente- como la nenita; y en vez de sentarme a explicarle al pequeño que el largo del cabello no tenía nada que ver con su identidad de género, opté una vez más por acatar la voz del miedo y llevarlo a la peluquería más cercana para un corte radical, que le hiciera verse muy masculino (por cierto, después de ese primer y único corte, ¡él mismo decidió volver a dejarlo crecer!)

Completo el panorama con todo y anotaciones marginales, espero que entiendas por qué en este preciso momento me siento furiosa conmigo misma y con la vida (ergo, con las defensas destruidas y volando de fiebre): ¿hasta cuándo el miedo va a seguir ganándome cada batalla importante de mi vida? Si se tratara de ti, probablemente a estas horas estaría aconsejándote amorosamente, como lo hace Louise: "no seas tan dura contigo misma; la autocrítica no hará que te sientas mejor. Acepta que hiciste lo mejor que podías en cada situación, perdónate y sigue adelante; ya lo harás mejor la próxima vez" (¡las consejeras intuitivas también somos humanas, al fin y al cabo!). Sin embargo, hoy por hoy no puedo evitar sentirme como la Maestra Ciruela... una vulgar impostora, bah.

Si todavía estás ahí, no puedo menos que dar gracias de corazón por tu generosidad y empatía, y prometerte que en cuanto logre sacudirme de encima los vestigios de la gripe, volveremos a estar juntas para seguir construyendo una vida plena desde todo punto de vista. Y si todavía te queda un resto de paciencia, ¿por qué no me cuentas cuáles son tus miedos con relación a la maternidad? En una de esas, entre todas logramos desenmascarar al villano y estar más preparadas para su próximo ataque... 

¡Bendiciones, y que pases un maravilloso fin de semana! 




Seguir leyendo...

septiembre 17, 2015

ORDENANDO LA CASA


Para aquellas amigas que ya me conocen de mis blogs anteriores, la confesión que voy a hacer no tiene nada de novedosa. Sin embargo, si eres nueva por aquí debo empezar por sincerarme y como en las reuniones de AA, admitir a modo de presentación: "Me llamo Kassandra, y soy una desordenada compulsiva".

Si es que existe un gen del orden, definitivamente mi familia ha sufrido una mutación destructiva durante al menos tres generaciones. Crecí viendo a mi madre pelear estoicamente una batalla perdida contra las montañas de ropa para planchar, y reacomodar una y otra vez los platos y cubiertos en el escurridor después de cada lavado, porque nunca le alcanzaba el tiempo para secar y guardar. Cuando fue mi turno de hacerme cargo de una casa, asumí como lema personal que la mejor forma de encontrar rápidamente cualquier cosa era tenerlo todo a la vista... así que he vivido durante años rodeada de un paisaje misceláneo compuesto por prendas de diferentes categorías (limpia, a medio uso, esperando algún arreglo menor), piezas de bijouterie, libros y papeles de todo tipo, manualidades sin terminar, lápices, pinturas y pinceles, pinzas para el cabello, cargadores de celular, llaves (que no siempre recuerdo a qué cerradura pertenecen) y otra serie de adminículos de dudosa categorización. Mi hijo, para no ser menos, es incapaz de permanecer media hora en su cuarto sin transformarlo en una trinchera donde se amontonan en democrática confusión juguetes desarmados, crayones de colores, libros de cuentos, calcetines sin par -porque adora asaltar el cajón de las medias para jugar a los títeres-, botellas plásticas vacías, tubos de papel higiénico, dvd's viejos y cajas de cartón que almacena para sus proyectos de reciclaje... e invariablemente, tras la obligada sesión semanal de limpieza a fondo, me reprocha con gesto de frustración: "Mamá, ¿para qué ordenaste? ¡Ahora no consigo encontrar nada!"

Para ser franca, el tema nunca me había preocupado demasiado; antes bien, es uno de los aspectos de mi personalidad que más pronto acepté y con el cual me habitué a coexistir pacíficamente durante toda mi vida adulta, llegando incluso a jactarme de ello ("en mi desorden yo dónde está cada cosa"). De hecho, una parte de mí sospechaba que los maniáticos del orden no eran más que seres inseguros y desconfiados del proceso de la Vida, que intentaban desesperadamente mantener la ilusión de CONTROL a través de rituales a menudo rayanos en lo patológico...

El orden como camino a la autenticidad

Sin embargo, hace algunos años me topé con un libro que puso a prueba semejante grado de autoindulgencia: "El encanto de la vida simple", de Sarah Ban Breathnach. Esta obra -una auténtica guía de viaje para abrazar lo sagrado en lo cotidiano, que literalmente ha cambiado millares de vidas alrededor del mundo- postula seis principios prácticos y sencillos para llevar una vida más auténtica, gozosa y significativa; y uno de esos principios es precisamente el orden.

Curiosamente, Sarah se define como una
«chica desordenada», en una descripción que perfectamente podría ser mi autorretrato: "No siempre hago la cama. No siempre cuelgo la ropa después de lavarla o de probármela. En realidad, los días que no sé qué ponerme, mi habitación parece un campo de Agramante. En mi oficina, donde escribo, los libros se amontonan encima de la mesa y en el sillón, emergiendo entre papeles sueltos y sobres abiertos..."

"Ser desordenada puede, no obstante, convertirse en una fuente constante de pequeñas desgracias que, al final, acaban amontonándose, y el desorden no se limita al escritorio, el dormitorio o la casa, sino que invade otras esferas de la vida. [...] En realidad, he descubierto que ordenar mis cosas me ayuda a encontrar el orden en mi interior, porque en medio de los trastos que se amontonan es imposible pensar bien, lo cual nos frustra y dificulta mucho la concentración."

"Poner la casa en orden produce beneficios emocionales y psicológicos inmediatos. Tal vez no seamos capaces de controlar lo que ocurre externamente en nuestra vida, pero podemos aprender a usar nuestros recursos internos para lograr una sensación de bienestar que la alimente y sostenga. [...] Empieza a concebir el orden no como un rígido catálogo de normas (debería hacer la cama, lavar los platos, sacar la basura) sino como un molde -los cimientos- de la nueva vida que estás creando".


Abrir espacio a lo positivo

Pero el asunto llega más lejos aún: un entorno desordenado tiene un efecto energético muy contraproducente sobre las personas que viven en él. Según el Feng Shui (un arte/ciencia milenario de origen chino que trata sobre las energías del espacio donde moramos o trabajamos) para que los ambientes sean "saludables" el chi o energía vital debe ser capaz de fluir por ellos armoniosamente, sin corrientes que lo aceleren ni obstáculos que se interpongan y lo ralenticen; de ahí que el desorden, la confusión y la proliferación de objetos en desuso por los rincones o debajo de los muebles se consideran focos de energía estancada, o "mal chi", pasibles de afectar tanto la economía del hogar como la salud y buen relacionamiento de sus habitantes.

Denise Linn, autora y conferencista sobre temas de superación personal, experta en limpieza energética de ambientes y consultora de Feng Shui, en su programa "21 días para una fabulosa, gloriosa abundancia!" (que puede descargarse gratuitamente en inglés aquí) va incluso un poco más allá: "Despejar el desorden es la alquimia de los tiempos modernos. Para abrir camino a un nuevo flujo de prosperidad en tu vida, es importante deshacerse de lo viejo. Desde demasiados pares de zapatos arrumbados en el fondo de tu armario hasta un calendario de citas atestado o un buzón de entrada con 800 e-mails, todo ello puede bloquear tu habilidad para atraer la abundancia que mereces".

"El desorden a veces está atado a la identidad. Puede significar una declaracion sobre quién eres o representar aspectos de tu vida. De ahí que despejar el desorden puede implicar un profundo proceso espiritual. Tirar cosas puede sentirse como descartar una parte de nosotros mismos; sin embargo, cuando confías en que el Universo te proveerá de lo que haga falta y dejas ir todo aquello que verdaderamente ya no necesitas, abres espacio para los magníficos regalos que están llegando hacia ti."

Según Denise, hay muchas razones por las cuales la gente se apega a los objetos: miedo a la pobreza futura, patrones de conducta heredados, testimonios de pasados logros, sueños nunca alcanzados ("podría haber sido una artista..."), razones sentimentales ("me recuerda a tal persona"), autoestima basada en posesiones materiales, miedo a herir los sentimientos de alguien o la convicción de que aquello nos será útil en el futuro. Probablemente todas hemos usado alguna de estas excusas al menos una vez:
- Es que ha estado en la familia por mucho tiempo.
- Puede que le sirva a alguien algún día.
- Ya no se fabrican de esta calidad.
- Está perfectamente sano.
- Nadie más lo cuidaría.
- Es coleccionable.
- Pagué muchísimo dinero por esto.

Sin embargo, hay una lista de cosas que no deberías dudar en descartar:
  • Proyectos a medio terminar o que nunca comenzaste.
  • Cualquier cosa rota o con partes faltantes.
  • Regalos no deseados.
  • Cosas que podrías usar (pero sabes que nunca lo harás)
  • Cartas personales y viejas tarjetas navideñas.
  • Recetas de comidas que jamás prepararás.
  • Maquillaje viejo (¡sí, se vence! fíjate en las fechas)
  • Revistas y diarios que no leerás.
  • Frascos de medicamentos vencidos.
  • Ropa que no te sirve o no te gusta.
  • Calcetines sin par y zapatos rotos.
La chica desordenada aprende la lección

Como sea, después de recibir sincrónicamente el mismo mensaje proveniente de fuentes muy distintas, finalmente durante estas pasadas semanas decidí darme un baño de humildad y probar la "receta": sumida en hondos cuestionamientos existenciales (referidos a la gestación de sueños y proyectos personales hasta ahora postergados), ataqué con energía cuanto ropero, biblioteca y alacena tenía delante, y pude comprobar que después de cada sesión de limpieza, mi mente se sentía más clara y despejada para organizar los pensamientos y diseñar estrategias de acción. No vayas a creer que de golpe mi casa se parece a las de las revistas de decoración, o a esos inspiradores tableros de imágenes que atesoro en Pinterest; pero al menos logré establecer elementales criterios de restricción al desorden -propio y ajeno- con lo cual el estrés cotidiano disminuyó de forma considerable. Por eso, me pareció acertado compartir contigo algunas ideas y pautas que me resultaron particularmente eficaces...

Según Sarah, el  objetivo es eliminar de nuestro entorno todo aquello que no nos resulte útil, bello o con un auténtico valor sentimentalA tales efectos, elige para empezar un cajón, un armario o una habitación pequeña, y márcate un tiempo determinado para ordenarla (puedes poner un timer o la alarma del celular). Comienza dividiendo los objetos por categorías; consigue tres cajas y etiquétalas:

1. Conservar/reubicar/archivar.
2. Descartar/donar/regalar.
3. No estoy segura.

Ante cada objeto pregúntate a ti misma:
- ¿Este objeto eleva mi energía, la disminuye o la mantiene neutral?
- ¿Por qué motivo lo conservo?
- ¿Realmente lo necesito?
- ¿Encaja esto con quien soy aquí y ahora?

Ubica cada cosa en la caja correspondiente, y tan pronto como la alarma suene, quita todo y limpia el lugar. Luego, arregla con una amiga para que te ayude a decidir qué hacer con los objetos de la tercera caja; pídele que te aliente a permanecer enfocada en la tarea, más que en las historias y sentimientos asociados a cada objeto.

"Para algunas personas, ordenar su entorno puede ser un proyecto en curso a lo largo de toda la vida", dice Denise. "Puede que nunca termine realmente. Y esto no es malo: antes bien, el conocimiento de que forma parte de tu naturaleza y de que probablemente debas pasar ordenando mucho más tiempo que algunas de tus amigas es el primer paso hacia la aceptación. Poco a poco, mirarás a tu alrededor y sabrás que cada uno de los objetos que te rodean hacen que tu corazón cante y tu energía se eleve. Sólo permanece alerta ante la invasión del desorden; entonces perseverarás y conseguirás vivir una vida relativamente ordenada".

Y tú, ¿cómo te llevas con el orden? ¿Eres de las que literalmente no pueden pensar si algo está fuera de su sitio, o más bien, como yo, estás habituada a lidiar cotidianamente con tu porción de caos? Me encantaría que me lo cuentes...



Seguir leyendo...

septiembre 15, 2015

EL PODER TERAPÉUTICO DEL AGUA


En el barrio donde nací -en Minas, una pintoresca ciudad del interior del Uruguay rodeada de agrestes serranías- hay una esquina donde se levanta una casa imponente, coronada por una torre octogonal con cierto aire siniestro, al punto de que todos los niños de la zona la conocíamos como "la casa embrujada". 

Años después, investigando un poco, descubrí que la inusual mansión había sido construida alrededor de 1918 por un personaje no menos peculiar: don Luis Curbelo Báez, un inmigrante canario que se hizo famoso como "el doctor del agua" (aunque en realidad no era médico, sino lo que hoy consideraríamos un terapeuta naturista), y que a fines del siglo diecinueve, tras curar con sus métodos alternativos un enorme número de enfermos afectados de tifus, instaló lo que sería el primer sanatorio hidroterapéutico de América, al cual concurrían pacientes de todo el país y de Argentina, entre ellos algunos personajes de notoriedad como la poetisa Delmira Agustini. El edificio que otrora albergara dicho sanatorio aún se conserva hoy día, aunque fraccionado en unidades de vivienda particulares; en cuanto a la casona, sigue allí desafiando estoica el paso del tiempo, con su misterioso torreón orgullosamente erguido sobre el paisaje serrano...

Pero, ¿cuál era el método "secreto" de este notable filántropo para tener tanto éxito en su tarea, al punto de despertar la envidia de los médicos locales (que llegaron a denunciarlo por ejercicio ilegal de la medicina)? Una combinación de infusiones de hierbas, imposición de manos... y sí, ya lo adivinaste: ¡agua fría!

Agua: el primer nutriente*

Las virtudes desintoxicantes, depurativas y terapéuticas del agua han sido conocidas durante milenios, pero sólo desde 1979 se la considera un medicamento y su tratamiento químico ingresa en el dominio de la farmacología, principalmente tras los estudios realizados por el médico iraní Fereydoon Batmanghelidj. 

El agua contribuye a la disolución de los alimentos en el intestino, genera energía, transporta los minerales y nutrientes por la sangre a todas las células del cuerpo, y por medio de la orina elimina los desechos. Recordemos que entre el 60 y el 70 por ciento del peso total de nuestro cuerpo es agua, parte de la cual es consumida diariamente por el propio cuerpo: los pulmones absorben unos 800 ml diarios, el aparato urinario 1 litro y las heces unos 100 ml. Estas cifras que se pierden deben ser compensadas mediante la alimentación; cuando se lleva al cuerpo menos agua de la que se consume, se quiebra el balance hídrico y se produce la deshidratación, cuya gravedad varía según se dé en el interior o en el exterior de las células (la deshidratación extracelular hace que la piel se reseque; la intracelular produce fiebre y sed). 

Un buen signo para detectar la necesidad de agua en el cuerpo es a través de la orina: una persona bien hidratada produce orina prácticamente incolora (sin contar el color que le dan las vitaminas o los aditivos alimentarios). En contraposición, una persona mínimamente deshidratada produce orina amarilla, mientras que alguien realmente deshidratado produce orina de color anaranjado. El riñón es el regulador central encargado de mantener el nivel de agua en el organismo; decide si debe aumentar o disminuir la cantidad de orina que se eliminará, según cuál sea la contabilidad que le envía la sangre. Cuanto menos cantidad de agua se beba, los riñones tendrán que trabajar más para concentrar la orina debido a que se acumulará más toxicidad química.

El cuerpo humano tiene muchas maneras de evidenciar sus carencias de agua, incluyendo complicaciones de asma y alergias. Otros signos drásticos de carencia de agua son dolores localizados de corazón, de cabeza, dispepsia, dolor reumatoide, de espalda, en las piernas al caminar, colitis y anginas. Complicaciones como hipertensión, mal de Alzheimer, esclerosis múltiple, distropía muscular, bloqueo de las arterias por colesterol y diabetes, también pueden estar vinculadas a la deshidratación. 

La cura del agua

La técnica diseñada por el doctor Batmanghelidj es simple:
  • Consumir un vaso de agua pura (mineral, filtrada o hervida) por hora durante todo el día.
  • Al despertarse y al acostarse beber de dos a tres vasos más para que nuestro cuerpo siga depurándose.
  • Esta cura de agua requiere un mínimo de entre uno y tres meses para notar el efecto terapéutico. Muchas personas que se han recuperado de enfermedades la han adoptado como norma de vida.
  • El programa de la cura de agua debe complementarse con la disminución del consumo de sal, ejercicio regular, una dieta balanceada que incluya abundantes frutas y vegetales, la exclusión de cafeína y alcohol, y meditación para desintoxicarse de los pensamientos estresantes.
La cura de agua es una prescripción efectiva para el mejoramiento de la salud, prevención de enfermedades, revertir trastornos degenerativos y contrarrestar el dolor. No necesita prescripción médica, está disponible, es gratis, no tiene contraindicaciones ni efectos secundarios.

¿Y si en lugar de agua...? 

Muchas personas insisten en reemplazar el agua por otros líquidos (como gaseosas, café, jugos, etc.) en la creencia de que igualmente están proporcionando a través de ellos el agua que el organismo necesita. Sin embargo, en lo que tiene que ver con la química del cuerpo, el agua y los fluidos son dos cosas distintas. El cuerpo necesita agua, y no sustitutos de ella; ni el café, té, gaseosas, alcohol, ni siquiera  la leche o los jugos son reemplazos adecuados. Veamos por qué...

- CAFEÍNA (contenida en el café, el té y las gaseosas): La cafeína sobreestimula los riñones, causando una pérdida mayor de agua de la que se ingirió. Esto agota las reservas de energía de las células cerebrales. El agua por sí misma genera energía hidroeléctrica. La cafeína bloquea además la producción de melatonina en el cerebro -alterando así la regulación del sueño-, inhibe las enzimas de la memoria y puede provocar déficit de atención.

- ALCOHOL: El alcohol, además de ser adictivo y depresivo, deshidrata el cerebro, causando la disminución del funcionamiento de las endorfinas; produce radicales libres que atacan y dañan los tejidos, reduciendo la cantidad de melatonina en el cuerpo. El agua, por el contrario, tiene naturalmente un impacto de saciedad en las hormonas serotonina y adrenalina, que culmina con un acrecentamiento de la acción de las endorfinas.

- JUGOS, LECHE: Tomar mucho jugo de naranja puede causar incremento en la producción de histamina y asma en niños y adultos. Inclusive los azúcares naturales de los jugos predisponen al hígado hacia un aumento de peso. Por su parte la leche debe ser considerada un alimento, que aporta una fuente de calcio y proteínas pero no puede ser utilizada como reemplazante del agua.

Otros usos terapéuticos de agua:

En forma de baños es recomendable para la depresión (en balnearios con abundante litio o piletas de natación), para problemas dermatológicos, prurito y alergias, así como enfermedades respiratorias crónicas y asma bronquial (aguas sulfurosas), para los trastornos circulatorios y enfermedades arteriales o venosas (aguas carbónicas) y para el reuma, artrosis e inflamación de músculos y articulaciones (baños de barro elaborado con aguas medicinales ricas en cloruro de sodio, sulfuro, bromo y yodo, aplicados sobre la piel a una temperatura de 50 grados).

Y tú, ¿cómo estás de salud? Tal vez el remedio para ese mal-estar que sientes esté en un simple vaso de agua...

*Información extractada de revista SALUD ALTERNATIVA, No. 25



Seguir leyendo...

septiembre 12, 2015

MAPA DE RUTA HACIA LA PLENITUD


Tengo una confidencia para hacerte: cuando mi amiga Paula me invitó hace un tiempo a escribir en calidad de colaboradora para su nuevo blog, en principio no estuve segura de que fuese una buena idea.

Verás, Intensional es un proyecto con un perfil bien definido: ayudar a mujeres emprendedoras a materializar sus aspiraciones, brindándoles recursos y herramientas para delimitar objetivos y diseñar estrategias de acción. Y por más que al inicio Paula insistiera en su intención de abarcar diversos tipos de "emprendimientos" -desde cambiar de trabajo hasta adoptar una nueva dieta, tener un hijo o hacer ese viaje con el que siempre soñaste-, la realidad es que por la propia impronta de la autora y por la afinidad que su desafío personal generó en las lectoras, con el devenir de las semanas se fue decantando naturalmente hacia la gestación de fuentes laborales propias e independientes, mucho más que hacia otra clase de propuestas de contenido no económico.

Pero, ¿dónde encajaba yo en todo eso? Aun cuando desde que me convertí en mamá -hace ya casi seis años- abandoné el ejercicio pleno de mi profesión de abogada (que por otra parte había estudiado por imposición familiar y nunca me satisfizo realmente) para reemplazarlo por una asesoría a distancia que me permitiera trabajar desde casa y participar activamente de cada etapa en el crecimiento de mi hijo, en rigor nunca me he considerado una emprendedora... al menos no en el sentido habitual del término. 

Cierto es que mi filosofía particular de vida implica una ruptura con los cánones comúnmente aceptados por la sociedad y abarca, por ejemplo, el desafío de educar a mi niño al margen del sistema institucional (unschooling), lo cual de por sí es un "emprendimiento" no menor. También es verdad que mi espíritu creativo me ha llevado a lo largo de los años a fantasear con ganarme la vida restaurando muebles y objetos antiguos, o diseñando indumentaria con elementos reciclados (altered couture), e incluso se manifestó este año a través del ambicioso proyecto de construir -junto a mi compañero- una cabaña de madera en la playa que se transformará en los próximos meses en el hogar de la familia y el santuario personal que he soñado por mucho tiempo. Por otro lado, hace más de diez años que al margen de mi trabajo formal, realizo una tarea de servicio como terapeuta energética y consejera intuitiva, orientada mayormente hacia las mujeres y sus problemáticas específicas; y todavía, en horas perdidas, intento reconectarme con la que fue desde siempre mi primera pasión: escribir. Sin embargo nunca antes, hasta la invitación de Paula, me había planteado seriamente que alguna de esas actividades -o una combinación de ellas- pudiera posicionarme dentro de un círculo de "emprendedoras"...

¿Emprendedora, yo?

No obstante, apenas escribí el primer post para Intensional comprendí exactamente cuál era la función que me cabía dentro de esa comunidad: mientras Paula y otras colaboradoras se encargaban de darle forma y proyección a los emprendimientos, mi tarea consistía en cuidar el alma de las emprendedoras, motivarlas para rescatar sus sueños y anhelos más auténticos y recordarles que cualquier desafío que asumamos en la vida sólo vale la pena si nos hace crecer y nos enriquece como seres humanos, no únicamente en el aspecto material. Y con el correr de las semanas, llegué a vislumbrar que esa tarea tenía el potencial para expandirse mucho más allá de los límites de una simple colaboración bloguera; de hecho, comencé a sentir la necesidad de transformarla en un verdadero emprendimiento personal... Así nació ENTRE NOSOTRAS -un poco casualmente, un mucho causalmente- como un espacio virtual donde compartir herramientas que te ayuden a cuidarte y mejorar tu calidad de vida, independientemente de cuál sea tu situación personal, tu ocupación actual o tus responsabilidades familiares. 

Hace años, poco después de haberme iniciado en el primer nivel de Reiki, recibí un consejo muy sabio: "No puedes sanar a nadie si no te sanas primero a ti misma, ni puedes amar a nadie si no te amas primero a ti misma". Estoy convencida de que sin importar lo que hagamos en la vida, lo haremos mucho mejor desde la satisfacción y la alegría que desde el agobio y la obligación; por eso, me parece de suma importancia encarar el propio cuidado no como un propósito egoísta o autocomplaciente, sino como una auténtica necesidad vital, que redundará no sólo en nuestro propio beneficio sino también en el de todos aquellos que nos rodean.

Pero, ¿qué implica exactamente cuidar de nosotras mismas? Yo creo que ante todo es fundamental aprender a conocernos. Íntimamente. Más allá del concepto que los demás tengan de nosotras, o de las ideas preconcebidas que nosotras mismas podamos albergar acerca de quiénes somos. Ya lo decían los antiguos griegos -que de esto sabían bastante-: el axioma básico de la vida es conocerse a sí mismo. Supón que pretendes recibir en tu casa a una persona muy importante, y quieres agasajarla de la mejor manera: ¿cómo vas a lograrlo si desconoces su verdadera personalidad, si no tienes idea de sus gustos o intereses, de lo que detesta y lo que le apasiona? Conocernos en profundidad es el primer paso para diseñar una estrategia efectiva de cuidado personal; y aunque a simple vista parezca una tarea sencilla (hasta tonta, puede que estés pensando), te sorprendería saber cuántos velos de condicionamientos, creencias perniciosas y juicios erróneos es necesario a veces apartar, antes de encontrarte frente a frente con tu verdadero rostro...

El plan de vuelo

Mary Antin (citada por Sarah Ban Breathnach en su libro El encanto de la vida simple) lo plantea en estos términos: "Nosotras no nacemos de una sola vez, sino a trocitos. Primero el cuerpo, luego el espíritu. Nuestras madres padecieron los dolores de nuestro alumbramiento físico, pero nosotras padecemos los más prolongados dolores de nuestro nacimiento espiritual"

Me parece una metáfora muy acertada esta de parirse a una misma: es una sensación con la que todas estamos familiarizadas, ya sea directa o indirectamente. Una vez que sabemos quién es en esencia la mujer que habita en nuestro interior, es hora de preparar su "nacimiento", es decir su manifestación en mundo exterior. Y para ello, debemos tener en cuenta fundamentalmente, tres aspectos: 
  • armonizar nuestro cuerpo físico, a través de una alimentación saludable, ejercicios que lo estimulen y terapias no agresivas que contribuyan a restablecer su equilibrio natural.
  • desarrollar nuestra mente, a través de prácticas que nos permitan superarnos día a día, conocer nuestras cualidades y fortalezas y lidiar eficientemente con las emociones tóxicas y las creencias limitativas.
  • elevar nuestro espíritu, descubriendo las conexiones sagradas que subyacen en el devenir cotidiano y aprendiendo a conectar con las energías más profundas y movilizadoras del Universo.
Por eso, hoy decidí dar un paso adelante en la formulación de este espacio virtual, y hacerte una propuesta bien concreta: que te comprometas contigo misma a descubrir -o mejor dicho, recordar- quién eres en realidad y cómo nutrir y empoderar tu Ser Esencial para alcanzar una vida más saludable, serena y satisfactoria

A cambio, y siguiendo en buena parte los consejos de Paula -que tal cual te conté es algo así como la "madrina" de este proyecto- yo me comprometo a brindarte de forma organizada, metódica y gratuita recursos de probada eficacia para potenciar las tres áreas que mencionaba antes. La agenda que he preparado es la siguiente:

-los martes estarán enfocados en el cuerpo, donde recibirás información y consejos sobre alimentación natural, salud alternativa y disciplinas de armonización física.

- los jueves nos centraremos en la mente, a través de ejercicios prácticos y herramientas de visualización positiva para profundizar el autoconocimiento y la superación personal.

- y los sábados (mi día favorito de la semana, como te contaba aquí) los dedicaremos a conectarnos con nuestra espiritualidad mediante la meditación, la reflexión y el análisis de textos y películas inspiradoras.

¿Qué te parece el desafío? ¿Te atreves a invertir un poco de tiempo y energía a fin de alcanzar la plenitud en todos los aspectos de tu vida? Si es así, te espero a partir del martes para comenzar nuestras sesiones compartidas; y a modo de adelanto te comento que estoy preparando una serie de contenidos adicionales en formato de audio y video, a los cuales próximamente podrás acceder en forma exclusiva a través de suscripción...

Si tienes alguna duda, opinión o propuesta, no dudes en hacérmela saber por e-mail -utilizando el formulario que aparece en la barra lateral- o dejándome tu comentario al pie de cada entrada; te recuerdo que los comentarios están sujetos a moderación, de modo que puedes indicarme puntualmente si quieres que se haga público o si prefieres mantenerlo en reserva (un consejo técnico: siempre intento contestar cada comentario en forma personalizada, así que si me haces un planteo concreto, no olvides activar la casilla "Avisarme" en la esquina inferior derecha del recuadro de comentarios, para que la notificación de mi respuesta llegue a tu correo electrónico).

Ahora sí me despido, no sin antes desearte que tengas un estupendo fin de semana. ¡Bendiciones!



Seguir leyendo...

septiembre 10, 2015

AFIRMACIONES POSITIVAS: EL LIBRETO DE TU VIDA


La primera vez que oí acerca del poder del pensamiento positivo fue a fines de los años noventa, cuando la parafernalia milenarista llevó a mucha gente a interesarse masivamente por temas metafísicos y espirituales que por décadas habían sido reducto exclusivo de unos pocos excéntricos o "delirantes". 

Criada en un entorno de férrea disciplina y principios religiosos estrictos, yo era en ese tiempo una joven mujer que a menudo se sentía víctima de las circunstancias, y percibía al mundo exterior como un ente hostil, siempre dispuesto a "atacarme" de una u otra forma. "Otra vez me atropelló la realidad", solía escribir en mis diarios íntimos de esa época, como si "la realidad" fuese un enemigo incontrolable que estaba siempre ahí, acechando para hacerme una zancadilla en el momento menos pensado y traer a pique mi precario sentimiento de valoración personal.

Entonces, de una forma totalmente fortuita, un día llegó a mis manos el libro -hoy best seller- de Louise Hay titulado "Usted puede sanar su vida". Si no conoces a Louise, te cuento que es una escritora, conferencista y consejera espiritual norteamericana que desde hace más de cuarenta años investiga y enseña sobre la relación entre los problemas de salud y las pautas mentales negativas. Es considerada una pionera en el campo de la autoayuda y la sanación holística, y me escucharás mencionarla a menudo porque a lo largo de los años se transformó en una auténtica maestra que ha marcado -sin exageración alguna- un antes y un después en mi percepción del mundo y de la vida... 

El poder está dentro de ti

La filosofía propuesta por Louise es simple: "somos responsables en un ciento por ciento de todo lo que nos sucede en la vida, lo mejor y lo peor. Las cosas que pensamos y las palabras que decimos crean nuestras experiencias. Nosotros creamos las situaciones, y después renunciamos a nuestro poder, culpando a otra persona de nuestra frustración. Nadie, ni ningún lugar ni cosa, tiene poder alguno sobre nosotros, porque en nuestra mente los únicos que pensamos somos «nosotros», los que creamos nuestras experiencias, nuestra realidad y todo lo que hay en ella. Cuando creamos paz, armonía y equilibrio en nuestra mente, los encontramos en nuestra vida".

Entonces, ¿yo misma, con mi forma de pensar, estaba creando ese entorno antagónico e intoxicante que percibía a diario? Confieso que al principio me resistí bastante a la idea; y es que aceptarla implicaba un grado de RESPONSABILIDAD sobre la realidad ("mi" realidad) que desde mi habitual postura de víctima resultaba abrumador. Sin embargo, empecé a prestar atención a los pensamientos que rumiaba a diario; y poco a poco, fui descubriendo que Louise tenía razón, que mi cabeza estaba poblada de ideas negativas sobre quién era y cómo debía vivir mi vida. Y más por curiosidad que por verdadera convicción, fui tratando de desentrañar la madeja hasta descubrir de dónde provenían aquellas creencias absurdas y limitantes que hasta ese momento habían modelado mi conducta...

Hasta ahí todo fue terreno relativamente llano; pero entonces me enfrenté al verdadero desafío: plantarle cara a "la realidad", romper con los patrones autodestructivos que me mantenían presa del miedo, y atreverme a cambiar. Y entre las variadas herramientas que Louise sugiere para trabajar sobre las pautas mentales negativas, la más simple y al mismo tiempo la más difícil de implementar en la vida cotidiana son las afirmaciones positivas.

Tus pensamientos crean tu vida

¿Sabes cuántos pensamientos tenemos al día? Estudios científicos revelan que son ¡más de 70.000! Cada uno de ellos es un enunciado, que puede tener contenido positivo o negativo; sin embargo, si los observamos con atención, probablemente descubriremos que la cantidad de enunciados negativos supera notoriamente a la de pensamientos positivos. Ejemplos característicos de esta forma de pensar son: "Qué mala cara tengo hoy, ¿me estará por dar la gripe?"; "No soporto más este trabajo, me enferma"; "¿Por qué mi pareja es tan insensible y no se da cuenta de lo que siento?"; "Odio este auto, siempre se rompe cuando más lo necesito"...

Lo que Louise destaca es que haciendo énfasis en lo negativo, sólo continuamos creando más de aquello que decimos que no queremos. Si de veras estamos dispuestas a cambiar, debemos comenzar por hacer más enunciados positivos que expresen cómo queremos que sea nuestra vida.  Pero esto no es algo que se pueda lograr en forma aleatoria o por impulso, sino que es menester adquirir cierta disciplina de trabajo y aprender algunas pautas básicas, que son como los "códigos de programación" de nuestro subconsciente. ¿Has intentado alguna vez insertar un código HTML en la plantilla de tu blog? Si lo hiciste, sabrás que a veces equivocarse u omitir un signo o palabra clave puede implicar que nada funcione correctamente... Bueno, con la programación mental ocurre algo parecido: hay que respetar ciertas reglas para empezar a ver los resultados.

Cómo enunciar tus afirmaciones positivas
  • Nunca empieces una afirmación con la palabra NO.- Es insuficiente decir "No quiero tal cosa" o "No me gusta tal otra"; de hecho, cuando hacemos eso, el subconsciente descarta la negación y se focaliza en la pauta propiamente dicha, con lo que sólo atraemos más de lo mismo. Si por ejemplo decimos "No quiero estar enferma", el subconsciente ignora el "no" y sólo escucha "enfermedad", lo cual probablemente derive en que te sientas cada vez más enferma... Si en cambio reemplazas ese pensamiento por el de "Me siento saludable y llena de energía", estás enviando a tu cuerpo un mensaje positivo, que activará inmediatamente los procesos internos de sanación e inmunización y generará ese estado de salud y vitalidad que tanto deseas.
  • Formula tus enunciados en tiempo PRESENTE.- Tu subconsciente es un empleado muy obediente y servicial, pero también muy literal: si haces declaraciones referentes al futuro (de tipo "seré" o "tendré" o incluso "quiero ser" o "desearía tener") lo que deseas se quedará justo allí: en el futuro, fuera de tu alcance. No alcanza con que suspires: "Quisiera un trabajo mejor"; funciona cuando te dices a ti misma, con absoluta convicción: "Tengo un trabajo que me satisface y donde todas mis habilidades son reconocidas y bien remuneradas".
  • Se específica.- No hagas enunciados vagos, del tipo "Quiero ser feliz"; antes bien, define con precisión lo que deseas y decláralo de una forma clara y asertiva: "Me dedico en cuerpo y alma a la pintura y eso me hace sentir plena y realizada como artista y como mujer". Louise pone un ejemplo muy gráfico al respecto: cuando vas a un restaurante a almorzar, no le dices al mozo que te traiga "lo que él quiera" o "lo que esté sabroso", ¿verdad? En vez de eso, pides un plato determinado, y probablemente especifiques además si lo quieres sin sal o con tal o cual aliño... Con la cocina cósmica es lo mismo: para recibir lo que deseas, primero tienes que asegurarte de hacer el pedido en la forma más clara y concreta posible.
  • Repite, repite, repite.- Al principio, seguro te sientes farsante o hasta ridícula afirmando, por ejemplo, que "trabajas rodeada de gente amorosa y solidaria que te aprecia y colabora contigo", si en la realidad tu entorno laboral se muestra crítico, hostil o insensible a tus necesidades. Pero lo importante es no desistir hasta conseguir que el pensamiento positivo se internalice lo suficiente como para generar un sentimiento acorde, que a su vez generará la "realidad" que pretendemos. Cuando plantas una semilla en tu jardín, no esperas que al otro día brote una planta de metro y medio de altura, ¿verdad? En cambio, la riegas y cuidas con amor, esperando pacientemente que a su tiempo se desarrolle y brinde frutos. Con las afirmaciones positivas pasa exactamente lo mismo: necesitas perseverar, hasta que en algún punto empezarás a ver que las personas de tu entorno cambian su actitud, o simplemente desaparecen de tu vida y son reemplazadas por otras más amables y cooperativas... Repite tus afirmaciones varias veces al día, escríbelas en un papel y ponlas en el espejo del baño, en la puerta de la heladera o en una esquina del monitor de tu computadora; incluso puedes ponerles música y canturrearlas a lo largo de la jornada, como si fueran un mantra.
  • No te obsesiones con el método ni con los resultados.- Volvamos al ejemplo del restaurante. Después de ordenar el menú, ¿persigues al mozo hasta la cocina para asegurarte de que haya entregado bien la orden, o te paras junto al cocinero a fin de que prepare el plato elegido exactamente en la forma en que te gusta? Claro que no; lo que haces es relajarte y esperar confiada, porque SABES que en un plazo razonable el pedido llegará a tu mesa tal como lo solicitaste. Ahora, piensa en tu subconsciente como el cocinero que prepara el menú de tus afirmaciones; no lo sabotees cuestionándolo a cada instante o adoptando una actitud escéptica, y tampoco pretendas indicarle cómo hacer las cosas. Entrégale tu pedido y confía, de los "cómo" ya se encargará él.
  • Prepárate para recibir.-  Una de las razones más comunes por las que las personas desisten de las afirmaciones, es porque se desalientan al no ver resultados efectivos en el corto plazo. Ahora bien, si este es tu caso, sería bueno que te preguntaras: ¿realmente siento que merezco lo que estoy pidiendo? Muchas veces la gente elabora sus afirmaciones desde el intelecto, pero en su interior no se siente auténticamente merecedora de alcanzar sus objetivos, por lo tanto empieza una sistemática tarea de autosabotaje que hace que nunca alcance aquello que la mente deseó. Las raíces de este sentimiento de infravalía pueden ser tan profundas que exceden notoriamente la temática de este post (ya las trataré en alguna oportunidad futura); por ahora, si al enunciar tus afirmaciones detectas alguna resistencia emocional interior -hablo de esas vocecitas insidiosas que susurran  "¿Quién te crees que eres para lograr esto o aquello?"-, sería bueno que agregaras al comienzo del enunciado: "Porque valgo y me lo merezco... (...el dinero me llega de de fuentes esperadas e inesperadas", por ejemplo). Repítelo hasta que el rechazo vaya cediendo paso a la convicción, ¡y entonces empezarás a crear, literalmente, tu nueva realidad!
¿Estás dispuesta a cambiar tu forma de pensar? Si es así, te propongo caminar juntas esta parte del sendero... Y si deseas conocer más sobre la filosofía de Louise Hay, te invito a ver la siguiente película:






Seguir leyendo...