septiembre 05, 2015

VOLVER A LA ESENCIA


Una vez más, te doy la bienvenida: hoy es sábado, y los sábados entre nosotras vienen de reflexión espiritual...

¿Te cuento un secreto? Estoy convencida de que a las mujeres nos cabe un rol fundamental en el cambio de paradigma que la sociedad humana necesita imperiosamente para no acabar autodestruyéndose en un futuro más o menos cercano. 

Sin embargo, para que ello sea posible tenemos por delante un desafío casi titánico: rescatar del olvido nuestros dones y cualidades más auténticos, esos que han sido sistemáticamente ocultados, tergiversados y mancillados a lo largo de milenios. Y esa tarea implica, a mi juicio, empezar por desterrar un concepto que ha sido la bandera de lucha de varias generaciones de mujeres en las últimas décadas: la tan mentada IGUALDAD. 

Espera, no te precipites; no estoy negando el esfuerzo de aquellas que ganaron para nosotras el derecho a opinar, a sufragar, a obtener educación de calidad, a generarnos independencia económica. De hecho, si hoy nos permitimos cuestionar nuestro rol dentro de la sociedad es precisamente porque podemos, porque tenemos opinión, porque estamos intelectualmente preparadas y somos financieramente autosuficientes... El problema surge cuando el lema de la igualdad de oportunidades se metamorfosea en "quiero ser como un hombre"; porque ahí se establece un juicio de valor que lejos de favorecer a nuestro género, lo condena y descalifica, alimentando en última instancia los dictados y principios del propio sistema patriarcal que decimos combatir.

Es hora, pues, de aceptar lo que está escrito en nuestro ADN desde el inicio de los tiempos: somos biológica, psicológica y emocionalmente diferentes, incluso opuestas a nuestra contraparte masculina. En realidad, la Naturaleza ha diseñado las características de uno y otro género para complementarse a la perfección: el hombre es básicamente racional, la mujer fundamentalmente intuitiva; el hombre es fuerte, la mujer resistente; el hombre es competitivo, la mujer cooperativa; el hombre es agresivo, la mujer pacificadora; el hombre es práctico, la mujer espiritual. Con esto no estoy pretendiendo marcar estereotipos, ni afirmando que una mujer racional sea "menos femenina", o un hombre sensible "menos masculino"; simplemente estoy estableciendo criterios básicos de diferenciación, que en épocas primitivas de la evolución humana han sido cruciales para la supervivencia de la propia especie y que aún hoy, a pesar de los cambios vertiginosos que ha experimentado el mundo en los últimos decenios, siguen siendo fundamentales para la armonía de las relaciones y para el desarrollo de sociedades saludables y bien avenidas.

En los tiempos antiguos las mujeres eran poderosas, y además eran conscientes de su poder. Les habían sido otorgados dones muy preciados: eran las dadoras de vida, las encargadas de formar y educar a los más jóvenes, las que sembraban y cosechaban los frutos de la tierra -regándolos incluso con su sangre menstrual-, las que restauraban la salud, y las que conocían las puertas secretas al mundo de los espíritus. Eran madres, maestras, sembradoras, sanadoras, hechiceras. Los hombres de su entorno -guerreros, cazadores, artesanos- las respetaban, honraban y reverenciaban, simplemente porque aceptaban que ninguno de ellos era capaz de hacer lo que ellas hacían... Por esa época, la Divinidad tenía muchos rostros y nombres diferentes: algunos tomaban forma masculina (como el Sol o el Trueno), y otros representaban el aspecto femenino, como la Luna o la Gran Madre Tierra, que alimenta la vida y cobija en la muerte. Y todos coexistían en pacífica armonía, a imagen y semejanza del entorno natural donde habitaban.

El sometimiento de lo femenino

Tiempo después, a alguien se le ocurrió que "Dios" era hombre, y que por lo tanto estaba divinamente justificado imponer el predominio del género masculino sobre el femenino, aplastando y mutilando el poder de las mujeres. No es que ellas cesaran de hacer lo que siempre hicieron: simplemente, sus roles dejaron de tener el brillo y la importancia de antaño, y fueron degradados a categorías serviles. Las madres y educadoras pasaron a ser siervas domésticas; las sembradoras, esclavas; las sanadoras y sacerdotisas, brujas a las que se debía perseguir y aniquilar.  El universo femenino se convirtió en pecaminoso, impuro, despreciable, "incompleto", sospechoso, incluso rebajado a objeto de propiedad y comercio.

Los hombres se arrogaron el derecho de decidir cómo y a quién se educaba; la medicina pasó a ser una ciencia mecánica, donde se trataba el cuerpo como un ente inanimado, desprovisto de emociones; la política y el poder armado se impusieron sobre la convivencia pacífica y las relaciones de consenso; y la espiritualidad -encerrada entre los límites de la religión institucionalizada- se transformó en una herramienta de dominación y sometimiento de masas. En otras palabras: los "dones" masculinos, desprovistos del necesario contrapeso de su complemento femenino, se volvieron brutales, despóticos y monstruosos. Y lo peor fue que, con el correr de los siglos, las mujeres llegaron a olvidar por completo aquellos poderes primigenios, al punto de aceptar como "correcto" y "de origen divino" su rol de segunda clase dentro de la humanidad...

Pero en algún punto, la verdadera naturaleza despertó en algunas mujeres, y sintieron que debían reclamar derechos que hasta entonces les habían sido vedados. Reclamaron el voto, el acceso a las universidades, el derecho a divorciarse y a trabajar fuera de casa; más tarde, exigieron participación activa en la política, en la ciencia, en las finanzas, en el manejo de grandes empresas. De lo que no se daban cuenta era de que en ese reclamo no estaba incluido ni uno solo de los auténticos roles femeninos; de hecho, lo único que estaban pidiendo era ser "iguales a los hombres" (y de paso, proporcionándole al sistema productivo mano de obra barata y eficiente), mientras al mismo tiempo perpetuaban el desprecio y la infravaloración de las tareas tradicionalmente atribuidas a las mujeres... tareas que, no obstante, tenían que continuar desempeñando, ¡porque ningún hombre estaba dispuesto a hacerlas por ellas!

Y así llegamos al prototipo femenino de nuestros días: una mujer aparentemente independiente, inteligente, agresiva, sexualmente liberada y potencialmente capaz de acceder a los escalones más altos de todas las actividades tradicionalmente masculinas, de manejar países, imperios económicos y medios de comunicación masivos, o de viajar al espacio;  pero que en su afán por estar a la altura a menudo renuncia a sus pulsiones naturales -como la maternidad- o se empeña infructuosamente en un desdoblamiento de energías para intentar abarcar los dos roles, con lo que a menudo termina cumpliendo tarde y mal con ambos, y encima sintiéndose siempre cansada, culposa, estresada y enferma...

 ¿Y ahora, qué?

¿Es eso todo lo que podemos esperar como mujeres? ¿No será hora de dejar de acatar los imperativos del afuera -que, no nos engañemos, sólo pretenden perpetuar el actual estado de cosas- y empezar a escuchar nuestras voces interiores, a desenterrar nuestros verdaderos deseos y necesidades? 

Pondré algunos ejemplos concretos, y te pido que los pienses con honestidad: ¿de verdad sientes que es natural parir en un ambiente frío y aséptico, inmovilizada y rodeada de máquinas, y luego dejar a tu bebé de tres meses en una guardería, al cuidado de personas ajenas a su entorno, porque "la ley" te obliga a reintegrarte a tu trabajo bajo amenaza de despido? ¿O enviar a tu niño en edad preescolar a un colegio de tiempo completo, lo cual determina que conviva con extraños más tiempo del que efectivamente comparte con la familia? ¿O alimentarte con productos ultraprocesados, contaminados con agrotóxicos o genéticamente manipulados, porque simplemente no tienes tiempo/ espacio/conocimientos para producir tus propios alimentos? ¿O atiborrarte de pastillas para dormir, para despertarte, para aliviar el dolor del cuerpo y calmar la mente sobreexcitada? ¿O reprimir ferozmente esa porfiada voz interior que de vez en cuando te susurra al oído: "esto no puede ser todo lo que la vida ofrece, tiene que haber ALGO MÁS"

Si respondiste NO a alguna (o a todas) las interrogantes anteriores, debes saber que intuitivamente entraste en contacto con aquellos arquetipos femeninos tan respetados y valorados en la Antigüedad: la Madre, la Maestra, la Sembradora, la Sanadora y la Sacerdotisa/Hechicera. Ellas están ahí, en tu ADN, más allá de la amnesia inducida con la que te hayan forzado a ignorarlas hasta ahora. Ellas son tú, la que eres en esencia; y aunque sus manifestaciones pueden diversificarse enormemente para adaptarse a los tiempos, si hilas fino en el entramado de tu actividad cotidiana, pronto aprenderás a identificarlas...

Entonces, cuando las mujeres aceptemos con verdadero amor nuestras tareas naturales e intrínsecas, cuando volvamos a darles el valor y el respeto que nunca debieron perder, cuando nos empoderemos y comprendamos que debemos reconquistar el territorio perdido a la manera femenina -no en el fragor del enfrentamiento y la polémica, no promoviendo leyes ni esperando o exigiendo el reconocimiento del sistema patriarcal, sino con las herramientas sutiles de la unión, la persuasión y la persistencia que siempre nos han resultado más eficaces-, cuando asumamos con responsabilidad la tarea de educar hijas conscientes de ese poder e hijos respetuosos de él, sólo entonces estaremos dándole a la humanidad una verdadera oportunidad de cambio y regeneración...

Y tú, ¿estás dispuesta a ser parte de ese proceso? Me interesa saberlo, te escucho...

2 comentarios:

  1. No voy a detenerme en halagos porque serían casi redundantes dado que yo misma te elegí como compañera de ruta (a la fuerza e intensionalmente) porque siento que sos capaz de expresar el poder espiritual femenino como pocas personas pueden hacerlo. Sí quiero escribir este comentario para confirmar tus palabras y sumarme al cuestionamiento final, desde la afirmación. Estoy dispuesta a lograr lo que quiero y necesito recuperando mis dones ancestrales. Probablemente mis ambiciones sean "mediocres" para quienes viven en el fragor de una sociedad híperconectada, consumista y que adora el éxito tanto como el poder del dinero. No suele preocuparme este juicio porque estoy aprendiendo a respetar esas necesidades que tan bien descritas están en el post. Curiosamente, soy de esas mujeres que puede desdoblarse naturalmente en características "femeninas" y "masculinas" y esto, que en principio parece una ventaja, no deja de ser un motivo de conflicto interior cuando alguna pulsión quiere prevalecer sobre la otra. Creo que mi desafío en la década que voy a comenzar es encontrar el equilibrio y armonizarme ayudando a otras mujeres a lograrlo de la misma forma. Siempre supe que mi rol era la conexión comunicativa, a pequeña escala y para quienes realmente quieren escuchar. No soy una conferencista soy una docente en el sentido más literal del término. Un rol que no está representado en los arquetipos femeninos primitivos, quizás por considerarlo obvio, quizás por prejuicio de asumir la potencialidad del intelecto en conjunción con las emociones y la empatía femenina original. También creo que la vida me dio una gran lección. Yo quería ser madre de una mujer. Y estaba dispuesta a ser madre de "la nueva mujer" (esa que no es rosa, ni llena de puntillas) y el universo me desafió a educar un varón. Al principio (ojo que lo supe antes de estar embarazada y ésa, es otra anécdota increíble) me pareció una burla del destino y pronto descubrí que era una oportunidad. Espero saber aprovecharla. Besos, me despido antes de que google me penalice...

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    1. Estoy convencida de que tu rol como docente cabe perfectamente en el arquetipo de la Maestra (tal como yo lo entiendo) y sí, nos ha tocado la misión de ser madres biológicas de varones -el desafío de formar hombres sensibles, afectuosos, conscientes y apartados del prototipo patriarcal- pero también de ser "maestras" de otras mujeres, no desde la soberbia de considerarnos superiores sino desde la sabiduría de ir haciendo camino al andar, tomando la experiencia de aquellas "hermanas mayores" que han recorrido el camino antes que nosotras y compartiendo nuestras propias vivencias con las que vendrán después... Me reconforta sobremanera contar contigo en esta aventura, y espero que sepas ser mi conciencia cuando me extravío un tanto por los laberintos de la irracionalidad.
      Besos,
      K.

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